miércoles, 7 de mayo de 2014

Una leyenda se forja. La rueca sigue girando. Filandera.

Filandera, dulce exponente de historia y presente.
Cultura Celta y paisajes musicales.

Filandera en Clave de Sol es ya historia viva de la radio, de esta radio y de esta revista. Filandera nada y flota entre la historia, el mito y la música. 

¡Claro que existen las meigas!, las buenas, y las malas también, pero las especiales, esas que se clavan, son únicas y de verdad, ¡vaya si son de verdad!. Lo más difícil es verlas, conocerlas, y sobre todo estar dispuesto a saber o aprender que en el momento en que las ves son ellas. Filandera marca un antes y un después en una forma personalísima de llevar a efecto musicalidad, tradición, voz, cultura y puesta en escena. Paisajes que aparecen y se transforman durante una velada, durante un disco, sin necesidad de imágenes físicas. El poder del paisaje de su música. Definirla no es nada fácil si uno quiere hacerlo de forma metódica y fundamentada. Hablar de sugerencias, de lo que sugiere, es muy personal. Pero también personal al fin y al cabo lo es Clave de Sol La Revista. Por tanto una alquimia entre esos dos ingredientes es lo que quiero escribir. Fundamento y personalidad. Verla sobre un escenario, grande o pequeño, sala o exterior, es toda una experiencia evocadora de cultura celta, de poesía, de mimo gallego, del norte, de bruixas y aquelarres, de rincones escondidos y paraísos esculpidos a base de la más antigua esencia de los sonidos. Oírla y atreverse a entrar en la armonía entre su violín

y su voz es algo que para musicólogos puede resultar una apuesta y para gente como nosotros, en Clave de Sol, ya se a convertido en un valor seguro del alma. La calidad está fuera de duda alguna. Aquí les dejo un botón, una muestra de que lo que afirmo
no es nada vanal. La historia celta, los mitos, una forma de entender la música y la literatura que impregna su trabajo, se convierte en una pasarela donde caminar hacia algo que se da por extinguido pero que sigue más vivo que nunca a través de Filandera. El amor por un Dios particular, por dioses diría yo, por el Dios de las Raíces, del tallo y de las hojas, el Dios de los caminos estrechos entre una vegetación envolvente. Las notas de su espectáculo caminan por ahí, y nosotros con ellas, cual compañia de seres mitológicos en busca de un lugar aún más inóspito donde construir un mundo habitable y dispuesto a sucumbir a esta mano de obra que acaricia sin llegar a tocar. Percusiones sacadas de siglos de músicos y música, la perfección y la sensibilidad de la compañía de Filandera que se adapta como dos cucharas unidas a la magia de lo sencillo y lo armónico. No es un trabajo arduo dar con ella. Viaja igual que el viento. El norte es desde hace más de un año su casa y Cartagena parte de su vida. Quizá virtuosismo sea un término muy usado y casi ambiguo en determinados comentarios. Yo prefiero llamarla simplemente Filandera, la sensibilidad que se escapa de los dedos como un pez recién sacado del agua y se va, y se funde con el ambiente, flota y nada sobre él, y vuelve. Un Violín, un escenario, la vida construida a base de retazos de historia musical y paisajística. Irlanda y mil entornos más alrededor de Filandera. Meigas que existen. ¡Vaya si existen!.