Cuando alguien como Gabo se va quedan dos extremos: no decir nada o cabrearte con el mundo por mantener con vida a gentuza como quien nos gobierna, quien nos roba, a banqueros y sucios ladrones de lo público. Me sumo a la sacada de dedo de Gabo y a la segunda opción. Una gran putada que te hayas ido hoy. D.E.P.
No acierto a pensar qué música sería si Grabriel García Márquez, si Gabo se hubiese hecho acorde, riff, punteo o arpegio, pero lo que sí se es que, al menos esta noche yo siento que esa música es un presente triste, un adaggio lento y profundo como la vida que se va, como las letras que no volverán nuevas de su puño. Otras veces me da por pesar que bien pudo ser una obra maestra del blues, con un llanto desgarrado detrás de una guitarra, como un grito de protesta en aquellas tardes de lluvia que impedían visitar las urnas en unas elecciones como muchas otras. De vez en cuando le confundo con una obra maestra del punk a la hora de expresar con una contundente voz ausente de tapujos lo que piensa de un mundo sin café, sin el café de la verdad y de la coherencia social. Otras se me aparece como un murciélago dando vueltas alrededor de la luz de mi cuarto, un murciélago casi ciego pero con un bajo colgando y dirigiendo un contundente ritmo metalico que aturde los falsamente correctos.
En la mayoría de los casos tengo la sensación de que cualquier día de estos terminaré por copiar sus comienzos de libros, sus desarrollos y sus finales.
Ha llegado ese día, pero antes he de deciros que se ha ido sin llevarme a conocer el hielo, sin darme a probar el café infinitésimas veces recolado, sin presentarme a las putas más tristes y yo sin poder decirle que me cae mejor el Doctor Juvenal Urbino que un muchacho que huye y no vuelve en mucho tiempo. A partir de aquí comienza mi plagio, el plagio a mi papá, a Gabo. Comienzo por lo que alguien dijo que había sido su primera experiencia antes de pasar Cien Años de Soledad.
Ha llegado ese día, pero antes he de deciros que se ha ido sin llevarme a conocer el hielo, sin darme a probar el café infinitésimas veces recolado, sin presentarme a las putas más tristes y yo sin poder decirle que me cae mejor el Doctor Juvenal Urbino que un muchacho que huye y no vuelve en mucho tiempo. A partir de aquí comienza mi plagio, el plagio a mi papá, a Gabo. Comienzo por lo que alguien dijo que había sido su primera experiencia antes de pasar Cien Años de Soledad.
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".
Comienzo de Cien años de Soledad. Gabriel García Márquez.
"El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una
adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina
que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca
sucumbí a ésa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía
en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo, decía, con
una sonrisa maligna, ya lo verás. Era algo menor que yo, y no sabía de ella desde
hacía tantos años que bien podía haber muerto. Pero al primer timbrazo reconocí la
voz en el teléfono, y le disparé sin preámbulos".
Comienzo de Memoria de mis Putas Tristes. Gabriel García Márquez.